lunes, 6 de abril de 2009

Motivos personales

Larga fue la noche en que, para no sucumbir, astilló con las uñas muebles dieciochescos recién barnizados. Pero se le agotaron antes las garras que la madera.

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Al atravesar el pasillo que le empujaba hacia la sala de juntas, el reflejo de un espejo se escabulló por una rendija, con tan mala suerte que chocó con sus ojos grises. 'La puta moda de los lavabos unisex', pensó, y se ajustó la corbata. Abrió la puerta dispuesto a lavarse las manos y a pringárselas de mierda.

Rápidamente, Lucía se sorbió algo más que los mocos. Unas ojeras como robadas de un cementerio llegaban hasta el frío mármol salpicado de polvo blanco. Una vez más se restregó la nariz, miró al techo, aspiró por la boca pausadamente. El sonido de otro grifo la meció por un instante. 'Vaya mierda que llevas. Y qué mal te sienta ese jodido traje de chaqueta. Pareces un tío'. Sus pupilas de lechuza hambrienta se fijaron en su propia imagen, pero el espejo se negaba a devolverle la mirada y observaba a Pablo. La cocaína intentaba (sin mucho éxito) hacerle parecer serena.

- Señor Contreras, comunique a los socios la puesta en venta de mi paquete accionarial. Yo debo ausentarme de la reunión - Se mordió lateralmente el labio inferior casi espásmicamente. Se le cerraron los ojos y se le escurrió una lágrima. Los volvió a abrir con el esfuerzo de una nueva inspiración -. Motivos personales.

El chasquido de lengua en tono de desaprobación que tronó en su cabeza sin haberlo llegado a escuchar era el de su padre. Y supo, mientras salía y se alejaba taconeando por el corredor, que le acompañaría hasta que sintiera perforársele el tímpano.

jueves, 2 de abril de 2009

Asco

Me desperté ahogando una arcada. Sin estar ya lo suficientemente borracho, la sensación era horrible: los pedazos aún demasiado enteros de la carne mechada de la noche anterior pintados con color burdeos se agolpaban en mi boca, queriendo salir todos a la vez. Tan sólo el tacto de aquella masa informe subiendo por mi esófago me hacía querer expulsarlo con más y más fuerza, hasta el punto de que los espasmos de mi estómago llegaban a ser absolutamente incontenibles. Pensé que ni siquiera podía considerar mi cuerpo como algo mío, perfectamente bajo control, y me odié aún más.

Tragué lo que no debía haber tragado, y que aún guardaba en mi boca. Eso provocó que mi abdomen reaccionara como una catapulta. Aún no sé cómo conseguí llegar a introducir mi cabeza en el agujero blanco mortecino antes de que toda aquella mierda saliera de mi cuerpo, pero lo hice. Desfiguré lo que dentro de mí debería haber sido un todo, y lo arrojé sobre un charco de agua prefabricada. Lástima que no haya caído todo dentro, me dije mientras los churretones de lo que había sido vino se escurrían por la loza y mis ojos se giraban hacia dentro como queriendo ver mi cerebro estallar. Me golpeé la cabeza contra la cisterna, arrodillado, ya perdido el equilibrio; creo que debería haberme hecho daño. Mi mano derecha resbalaba por la mampara de plástico de la ducha, agarrándose a nadie sabe qué; la izquierda, hubiera jurado que no existía.

Esperé. Esperé a que alguien viniera, me levantara y con todas sus fuerzas consiguiera arrastarme de nuevo hasta mi cama. Que me susurrara que todo estaba bien, que debía descansar. Que me acariciara el pelo mientras consiguía que me durmiera. Que se fuera lentamente y sin hacer ruido para no despertarme y dejarme dormir. Que en el último momento, ya cerrando la puerta, prefiriera quedarse conmigo, por si algo no iba bien...

Pero desperté a la tarde siguiente. Amarrado a la taza del váter por una soga de vómito, con el asco recorriéndome las fosas nasales, mis venas rebosando alcohol y el cuerpo embadurnado de restos de la cena del día anterior. Nauseabundamente hundido.