viernes, 31 de julio de 2009

Fernando Ortega

Descalzo, los harapos rotos y manidos, la cara sucia, el pelo enmadejado en polvo. La gorrilla enhiesta.

¿Qué me da por esto, eh, maese? Mire... - Brilla más el dorado reflejado en sus ojos. - ¿Qué me da?

Acodado en el mostrador, el bigote cano y bien recortado, las hirsutas cejas interrogantes, curiosas; el rostro bañado en arrugas sereno, aunque locuaz.

A saber de dónde has sacado eso, Manuel... No quiero ni saberlo.

Mira por la ventana recordando lo que nunca tuvo, lo que siempre quiso, entre el griterío de los niños jugando a la pelota.

¡Que lo encontré por el suelo, maese! ¡Que yo no murcio! Ande, tómelo... ¡Que yo soy honrao!

Se ajusta las gafas. Un baño pútrido como de hiel trata de desprenderse del metal, dejando entrever acá y allá impúdicos vacíos de óxido y ecos violados; olor de azufre y tierra seca. Es, más bien, una argolla. Más una argolla que un anillo.

Vamos a ver: no sé qué podremos encontrar por aquí... ¿Qué te gusta a ti, Manuel? Di.

Brincar y trotar y reír y soñar. Corretear por las callejas, asustar a los gatos tirándoles piedras, rodar por el costado del monte, hacer míos los luceros al ocaso, chapotear en los charcos escasos de otoño. Crujirme los nudillos para enrabiar a la mama, pasear el dedo por el pastel de un vecino. Levantar castillos de arena, a la orilla del río...

¡Eso!

En el bazar, ordenado y pulcro, hay tinas de latón . Alforjas. Sombreros. Espejos que dibujan secretamente las vidas de otros. También bártulos inservibles. Una vieja y destartalada bicicleta al fondo. Y unos ojos de fuego: la sangre inquieta y la ilusión en sus labios. Un colibrí ardiente. Una puerta entreabierta.

¡Mira si sabe el pillo! ¡Una bicicleta!

No es una bicicleta. Es la bicicleta. Para ambos.

Tendrás que limpiarla un poco, Manuel. Hace tantos años que...

El chico no espera; no puede. Un salto y ya cabalga moviendo los pies nerviosos, como un molinillo, agarrándose al manillar cual si fueran las bridas de su Platero. Está tan gracioso...

¡Espera, Manuel! Toma esto también.

Para que, apoyado en el marco de la puerta viendo a los chicos pasar, con la mirada perdida en lo que pudo ser y no fue, al oir ese timbre recuerde que él, Fernando Ortega, el viudo de la señá Pepita, habría sido un buen padre.

jueves, 30 de julio de 2009

'Esmegma'

Probablemente la palabra más vomitiva de nuestro diccionario: esmegma.

Al pronunciarla, su sibilina 's', capital, se desliza entre tus dientes, tus labios, como queriendo anestesiarlos para permitir que pequeñas partículas de saliva se expulsen con su 'g' intercalada, favoreciendo así rememorar su semántica. Y al nombrarla, en tu mente se forma una imagen, y piensas en ello. En esa pasta blancuzca adherida al glande de cualquiera.

¿Cualquiera? ¡No, no! De cualquiera no. Sólo los no circuncidados y poco asiduos a la ducha diaria. O a la higiene íntima, como gustan en poetizar los directores de marketing de Dermovagisil.

Osea, ¿que tú estás circuncidado? ¿Sufriste fimosis en tu infancia, tenías el frenillo corto, ...? ¿Te lo hicieron por higiene, por evitar males mayores, ...? ¿O es que ahora me vas a decir que eres judío? ¿Te dolió? ¿No te sientes raro? ¿Recuerdas cómo era la sensación antes?

Pues, ¿sabes? Dicen que sirve para lubricarte. Así que si estás circuncidado... eso te tiene que molestar. ¡A mí no me jodas!

¿Qué pasa, que tú te lo dejas ahí hasta que se hace yogur? Porque yo no lo estoy. Ni falta que me hace. ¡Pero me lo limpio toditos los días!

'ESMEGMA'. ¡Urgh! ¡Es que suena tan mal! Dicen que puede ser cancerígeno. Y vamos... sólo hay que ver la pinta que tiene... - Un sorbo de cerveza se atraganta en mitad del esófago-.

¿Crees que si tienes mierda de esa y te la chupan sabrá peor? Joder... es que no quiero ni imaginármelo. Así, como cuando la nata de la leche se queda flotando en el café, o como si estuviera cortada...

Oye, ¿y por qué no hablamos de PUTAS, eh? Porque me estáis amargando la caña, ya...