domingo, 28 de diciembre de 2008

Marinero en tierra

Contempla sus manos como quien admira un bello lienzo: surca su palma con la mirada, siguiendo las líneas que relatan su vida. Parece como si no las hubiera visto nunca. Un fulgor llameante sale de sus ojos vidriosos para, de repente, apartar la vista y no volver a fijarla más en lo que resta de día, convirtiéndose en un objeto inanimado; ni vivo, ni muerto.

A menudo le castañean los dientes. Sólo le quedan unos cuantos, pero la música que interpretan es flamenco en estado puro. Mi abuelo es andaluz, ¿sabe? De El Puerto. Dicen los que le recuerdan que con él las olas rugían y los peces saltaban para verlo pasar, cuando cruzaba la bahía a bordo de El Vaporcito. Que él le daba sentido a la mar.

Quizás piense en ella cuando pierde la mirada. Quizás recite Marinero en tierra en silencio, para sí.

Quizás. Pero yo nunca lo sabré.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Confianza materno-filial

- ¡Mamá! ¡Odio estos calzoncillos!
- ¿Y eso?
- ¡Pues porque se me sale la chorra!
...
- Anda... Será que la tienes muy grande.
- Sí. Va a ser eso...

martes, 23 de diciembre de 2008

Donde hay patrón...

Cuando se presta más atención al daño que se le inflige al enemigo que al dolor de la propia familia, se ha perdido el control, la verdadera perspectiva de la realidad.

Pero me mordí los labios y no dije nada. Me limité a ver alejarse a mi capitán por el largo corredor, con las luces metálicas y frías derramándose sobre su espalda y mis pupilas.

Al llegar al fondo del pasillo, golpeó un interruptor y me quedé a oscuras.

Supe que el ataque ya había comenzado.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Tormenta

La lluvia caía furiosa sobre sus hombros. De pie, con la cabeza gacha, se cubría con un chubasquero negro y brillante, con una capucha ceñida, mientras la avalancha de gotas cantaba un miserere a su alrededor, repiqueteando en los charcos, saltando de nuevo en forma de agujas tras tocar el suelo. Era una lluvia dura y seca, como un puño de acero, y formaba una cortina inexpugnable alrededor de su cuerpo, un manto de agua discontinua y a la vez infranqueable, que lo aislaba de la noche negra mientras lo golpeaba fríamente.

Sus ojos se mantenían cerrados, su cuello inclinado hacia el suelo. De repente, el chubasquero se tornó poroso. Sus cabellos lacios lamieron su cráneo. Sus labios besaron el agua. Le costaba respirar debido a la catarata que recorría sus facciones, cada poro de su cara, y que llegaba a taponar su nariz. Jadeaba. Notó sus hombros empapados; sus brazos y su pecho eran el cauce de un río que avanzaba inexorable; sus piernas, el delta de su desembocadura.

Calado hasta el último rincón de su cuerpo, recibía el agua como un castigo divino, aún sin saber por qué, sin esperar redención. Sufría en silencio la penitencia del mártir que muere sin creer en su causa. Así, el río se convirtió en mar, el agua dulce en salada. Y sus lágrimas inundaron aquel caudal infinito.

Instantáneamente, un fogonazo de luz azul cruzó la escena; segundos más tarde, el dolor de mil tormentas bramó a la noche oscura. Él extendió sus brazos, devolvió su mirada al cielo. Y su cuerpo, finalmente líquido, se derramó sobre la eternidad.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Tacto

Adoraría que en este preciso instante alguien acariciara mi cabeza, meciera mi cabello entretejiendo sus dedos entre pequeños puñados de mi pelo; que yo me dejara llevar, que cerrara los ojos y me limitase a respirar hondo, a sentir el tacto, a sumergirme en el placer de esa caricia.

Al mismo tiempo yo deslizaría mis manos sobre su espalda desnuda, avanzando y retrocediendo como llevado por la marea, tan siquiera rozando, casi imperceptiblemente, apoyando levemente primero las yemas de mis dedos, después el envés de mis manos, abarcando todo su cuerpo sin apenas tocarla.

Juntos. Piel con piel. Alma con alma. Hasta ver al alba amanecer.

lunes, 27 de octubre de 2008

Soul

Despertó y, sin abrir los ojos, se dio cuenta de que aún recordaba aquella mirada de la noche anterior.

Aquel momento en el que en una tertulia de amigos alrededor de una mesa, hablando de no importa qué, sus ojos se encontraron y no se demoraron en saludos o en clichés predefinidos. No había tiempo.

Sus ojos tan sólo se encontraron y, separados dos metros, se abrazaron. Y sintieron sus almas con la yema de sus pupilas. Y se sumergieron en un iris de caricias y besos, en una brisa leve y cristalina de susurros inaudibles pero reales. Tan reales como aquella mirada dulce y sincera que abrazaba y sentía, susurraba y tocaba, besaba y se elevaba, y flotaba, y se dejaba llevar; amaba, en definitiva.

Ella, entonces, torció la boca en ese gesto tan gracioso que sólo ella conseguía, parpadeó, sonrió y, tras aquellos dos segundos, continuó hablando.

*****

Ahora él no quería abrir los ojos.

Tenía miedo.

Pero qué sería del amor si no existiera el miedo.



jueves, 23 de octubre de 2008

Lección 27


¿Crees que aún puedes enseñarle algo a alguien?

Miguel no hacía más que cuestionarse una y otra vez aquella insidiosa pregunta. Desde hacía dos semanas pasaba sus días entre el hastío y la práctica desesperación de la persona que aún se siente útil y no puede hacer nada por demostrarlo. Sus días como maestro de escuela habían terminado forzosamente debido a aquella puñetera enfermedad y, ahora, la amalgama de dudas y recuerdos que rondaban su cabeza no conseguía otra cosa que machacar el endeble espíritu que le había quedado tras perder a su esposa pocos años atrás.

Y por fin, tras cuarenta minutos de espera en aquella sala amplia y frigoríficamente acondicionada, el chico de la ventanilla musitó: el 35.

Santi era un treintañero con una oposición aprobada. Y poco más. Se sentía vacío y mustio en aquella oficina en la que se deslizaban los días, con jornada laboral de 40 horas semanales (según convenio). Sus ansias por convertirse en un abogado defensor de la Justicia habían dado paso a aquella rutina mortal, en la que jamás pasaba nada. Fechar, firmar, sellar y archivar; ¿alguna cosa más, caballero? En ese caso, buenos días. Harto y perenne, ofuscadamente repetitivo y asqueado, Santi no deseaba otra cosa más que salir de allí.

Buenos días (sacando un puñado de papeles de una carpeta). Quería entregar estos impresos...

Esto está sin rellenar, señor.

Sí, ya lo sé. Quería pedirle si...

¿No ha leído el cartel a la entrada, caballero?

Eh... No.

Todos los impresos deben presentarse en ventanilla ya cumplimentados para aligerar el trabajo. Aquí no podemos dedicarnos a rellenar sus formularios.

Disculpe... no he podido cumplimentar mis formularios. Tampoco leer el cartel de la entrada. Soy ciego, señor. Ceguera crónica.

Aquella enfermedad le estaba asesinando el alma, pero una sonrisa limpia y sincera surcó su cara y se instaló allí para no abandonarla jamás.

No hicieron falta disculpas, miradas esquivas. Tampoco agradecimientos tras cumplimentar juntos aquellos impresos de solicitud de prestaciones para personas con discapacidad. El maestro había impartido de nuevo una lección; el alumno la había aprendido.

A la salida, Miguel esperaba a Santi en la cafetería de la acera de enfrente. Habían quedado para comer; daba igual menú o a la carta. De verdad.

lunes, 20 de octubre de 2008

Azul, lamento ser tan duro.

Porque eres azul.
Azul cobarde y fugitivo, azul de puntillas.
Azul a pedazos, a golpes de viento.
Azul fulano, azul desnudo.
Azul torpe y desmadejado.

Y te deslizas por debajo del filo del olvido
y te inyectas sibilinamente en un huequito del alma.

Así me arrepiento de estar vivo
mientras paseas tu risa por mi oído
y yo me asusto.

Y en esa agonía secuestro cada parte de tu cuerpo
para separar lo digno de lo puramente vano,
pero no lo encuentro.

Porque no eres nada. Eres vacío, angustia y soledad.
Eres azul, azul plano, azul opaco.
¡Azul, exhaustivamente azul!

Azul lejano, como el mar.

viernes, 10 de octubre de 2008

Una de vaqueros

Timmy y Joe se encontraron frente a frente en la calle principal de aquel pueblucho dejado de la mano de Dios. Ninguno tenía nada mejor que hacer que morir aquel día: sus vidas eran un carrusel sin sentido de alcohol y chicas con faldones de can-can; así que, tras el paso de una de esas bolas de polvo y matojos secos tan habituales en los asuntos importantes del (no tan) lejano oeste, se lanzaron una mirada bajo sus sombreros calados hasta las cejas y dispararon una bala cada uno: sin mayor motivo, sin mejor explicación.

Y dos y no más hicieron falta para que uno y otro sintieran que aquello no había sido más que la crónica de una muerte que había tardado demasiado en llegar.

Again, 7'17 AM. Estamos jodidos

Ando nervioso esta mañana, aún anochecida. Los ecos del vino de la noche anterior se reflejan en mi paladar, recordándome que no me he acostado todavía. Espero mi chocolate, mi tenue saludo a la mañana de mañana, para después volver a sumirme en el sinsentido del sueño a deshora.

Ahora, la mente no me anda muy lúcida: me debato entre amordazarme para siempre o morder a alguien. Claro, que no tengo a nadie en mi cama; se antoja difícil la segunda opción.

No es país para viejos, decían los hermanos Cohen. No la he visto, pero me identifico con el mensaje. Más allá del asesino desalmado engendrado en Javier Bardem (¿soy yo, o a alguien más le parece un soberano capullo engreído?), el título me dice más de lo que quizás pueda decirme el film en sí: yo también ando falto de identidad en esta burbuja. Y ya se sabe, a buen entendedor...

Y hablando de otros temas vanales: ¿tostadas finas para el desayuno? Yo, en este instante, un jabalí crudo y en celo, me comía...

Buenas noches, y buena suerte, mi pequeño Pepito Grillo. Para ti es para quien escribo

miércoles, 8 de octubre de 2008

Sin nada más en la cabeza, a las 4'30

Que al mirar la luna pensaste en no volver a ser tú, en volver la mirada atrás y salvar todo aquello que alguna vez pudo merecer la pena...

martes, 7 de octubre de 2008

Orgullo, temor y responsabilidad

Con aire desalmado, Donovan volvió a cargar su arma: recogió dos cartuchos más del 24 de la pequeña caja que descansaba junto a sus pies, deslizó el cañón de su escopeta hacia delante e introdujo el puñado de perdigones enfundados en cartón en aquellos orificios oscuros.

Entonces, le cedió el arma al chico: su hijo tenía 7 años y era la primera vez que acompañaba a su padre al monte. Sentía una mezcla de orgullo, temor y responsabilidad. Desde que era capaz de almacenar datos en su memoria tenía la imagen de su padre levantándose a las 4 de la mañana, calzándose aquellas botas que pesaban más que una vida, recogiendo la recortada del armario, entre el mono azul de trabajo y el pantalón de franela negro, desayunando una taza de café oscuro como el carbón, sin azúcar, pegando un portazo sin importarle que aún faltaran dos horas y pico para amanecer; todo, mientras él se hacía un ovillo en la cama asomando tan sólo aquellos ojos fugaces y felinos entre la maraña de ropa de cama.

Mamá no estaba muy de acuerdo (nada de acuerdo) con la incursión de aquella mañana, pero mamá no tenía mucho que decir: cuando Donovan tenía alguna idea, la imponía. Era la ley de la selva aplicada al hogar. Así de crudo, así de cierto.

Peter encaró el mecanismo metálico hecho un manojo de nervios. Ahora asómate al agujero y cuando veas algún ciervo, aprieta el gatillo, dijo Donovan. Y así lo hizo, tan sólo medio minuto después. El peso del arma apenas le había permitido mantenerla erecta, pero había hecho el disparo perfecto. Un estruendo de muerte y pólvora rasgó la magrugada, desgarrando la carne de aquel cervatillo de no más de 6 meses de vida que un momento antes parecía alegre y saltarín. Ahora, se esforzaba en respirar, emitía estértores roncos, la sangre gorgoteaba en su traquea desgranada en plomo, mientras salía a borbotones por su hocico sucio del barro del suelo. Sin embargo, lo que más dolía ver eran sus ojos: inmensos, vidriosos, llenos de muerte, emitían una mezcla de orgullo, temor y responsabilidad por seguir respirando, por seguir vivo.

Y Peter comenzó a llorar amargamente, sollozando entre mares de lágrimas, queriendo estar, ahora y siempre, una vez más, por favor, al lado de su mamá.

7 de octubre

El amarillo tiende a ocre esta mañana.
A cigarrillo apurado, un edificio sombrío de la calle Alcalá.
El aura ha decidido no hacer acto de presencia
y esconderse en alguna gruta fría y húmeda
de esas que aún quedan en Madrid.

Un papel mojado anuncia la crisis del siglo;
qué mal que acabe de empezar.

Un inmigrante regala aires perfumados
de azufre, sudor y sal.

Las tostadas aún están tibias en mi estómago y,
sin embargo, no alcanzan a calentar mi corazón,
hoy, tenue reflejo de lo que, creo recordar, fue algún día,
en un tiempo que me es imposible fechar.

Quizás las nubes de polvo y mierda que sobrevuelan la ciudad
sean sólo el último aliento de mi ser extinto.

Algo viejo, terriblemente exhausto, se sienta hoy ocupando mi lugar.
Si no recuerdo mal, ayer fue igual.

Toques de vacío, de inhumanidad,
de crueldad absoluta se agolpan en mi cabeza.
Pero no es mi culpa.
No, y mil veces no.

El amor propio es aquel que te has de proporcionar
cuando nadie a tu alrededor te concede el suyo.
Del primero, no me queda,
del segundo, huyo sin querer hacerlo.

Maldita la mañana, maldito el sol que no calienta.
Maldito el amigo que se nombra sin serlo,
la compañía fría del que no te quiere suficiente.

Maldito yo por confiar en lo ajeno,
y por morir en el intento de no hacer nada por evitarlo.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Redención

Imagino lo absoluto, pero no lo concibo. Hoy descubro un espacio nuevo, una nueva manera cosmopolita de, quizás, hacerme más humano. A veces me sorprendo de lo mucho que puede llegar a significar algo tan cotidiano como el contacto con alguien con quien hacía tiempo que no hablabas. O a quien no leías. Tocar siquiera levemente el resquicio de lo verdaderamente puro. Y lo necesito. Puede que sea la única forma de olvidar una condena que debiera haberse cumplido ya.

Hoy aquí, mañana... espero no recordar cuándo fue ayer.