Timmy y Joe se encontraron frente a frente en la calle principal de aquel pueblucho dejado de la mano de Dios. Ninguno tenía nada mejor que hacer que morir aquel día: sus vidas eran un carrusel sin sentido de alcohol y chicas con faldones de can-can; así que, tras el paso de una de esas bolas de polvo y matojos secos tan habituales en los asuntos importantes del (no tan) lejano oeste, se lanzaron una mirada bajo sus sombreros calados hasta las cejas y dispararon una bala cada uno: sin mayor motivo, sin mejor explicación.
Y dos y no más hicieron falta para que uno y otro sintieran que aquello no había sido más que la crónica de una muerte que había tardado demasiado en llegar.
Y dos y no más hicieron falta para que uno y otro sintieran que aquello no había sido más que la crónica de una muerte que había tardado demasiado en llegar.
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