Estuvo allí en esos momentos en que ansiaba estar sereno, en que necesitaba poder dormir. Yo, tumbado de lado, al fin seguro de que mis sueños estaban a salvo en su barca; ella, sin tan siquiera mirarme, permanecía despierta con su espalda apoyada en mi vientre, sentada perpendicularmente a la línea que mi cuerpo dibujaba bajo la sábana, con las piernas dobladas al estilo moruno, como alas de mariposa. Sus ojos, de un azul luminoso e intenso, muy claro, devoraban líneas de mi Principito.
A veces murmuraba mientras leía. Yo, que no había conseguido dormirme o que andaba todavía acariciando la vigilia, desperezaba mis ojos y me quedaba mirándola. Estaba guapa vista desde allí, desde el otro lado del río o como separados por una mampara que dividía nuestro corto espacio (un pedacito de mi cama) en dos mundos absortos en su propia existencia y, sin embargo, íntimamente unidos. Entonces, llamada por una campanilla etérea, sorprendía mi espionaje, me insinuaba, sutílmente, una graciosa mueca y volvía con su petit prince.
Lo puro del instante era la ausencia de todo lo accesorio, de todo lo vano: no había más que esto que te cuento, por increíble que parezca. Sí, ya sé que yo soy yo, pero quizás no me conoces tan bien como piensas. Reconozco que viéndolo ahora, con perspectiva, resulta extraño. Pero no lo era. En su simplicidad estaba su belleza.
A veces murmuraba mientras leía. Yo, que no había conseguido dormirme o que andaba todavía acariciando la vigilia, desperezaba mis ojos y me quedaba mirándola. Estaba guapa vista desde allí, desde el otro lado del río o como separados por una mampara que dividía nuestro corto espacio (un pedacito de mi cama) en dos mundos absortos en su propia existencia y, sin embargo, íntimamente unidos. Entonces, llamada por una campanilla etérea, sorprendía mi espionaje, me insinuaba, sutílmente, una graciosa mueca y volvía con su petit prince.
Lo puro del instante era la ausencia de todo lo accesorio, de todo lo vano: no había más que esto que te cuento, por increíble que parezca. Sí, ya sé que yo soy yo, pero quizás no me conoces tan bien como piensas. Reconozco que viéndolo ahora, con perspectiva, resulta extraño. Pero no lo era. En su simplicidad estaba su belleza.
*****
¿Quién ahora, en mis noches alejadas, susurrará a mi almohada?¿Dónde amarraré esta madrugada esta angustia que no cesa?
¿Querrás, al menos, seguir leyendo en mis sueños?