El amarillo tiende a ocre esta mañana.
A cigarrillo apurado, un edificio sombrío de la calle Alcalá.
El aura ha decidido no hacer acto de presencia
y esconderse en alguna gruta fría y húmeda
de esas que aún quedan en Madrid.
Un papel mojado anuncia la crisis del siglo;
qué mal que acabe de empezar.
Un inmigrante regala aires perfumados
de azufre, sudor y sal.
Las tostadas aún están tibias en mi estómago y,
sin embargo, no alcanzan a calentar mi corazón,
hoy, tenue reflejo de lo que, creo recordar, fue algún día,
en un tiempo que me es imposible fechar.
Quizás las nubes de polvo y mierda que sobrevuelan la ciudad
sean sólo el último aliento de mi ser extinto.
Algo viejo, terriblemente exhausto, se sienta hoy ocupando mi lugar.
Si no recuerdo mal, ayer fue igual.
Toques de vacío, de inhumanidad,
de crueldad absoluta se agolpan en mi cabeza.
Pero no es mi culpa.
No, y mil veces no.
El amor propio es aquel que te has de proporcionar
cuando nadie a tu alrededor te concede el suyo.
Del primero, no me queda,
del segundo, huyo sin querer hacerlo.
Maldita la mañana, maldito el sol que no calienta.
Maldito el amigo que se nombra sin serlo,
la compañía fría del que no te quiere suficiente.
Maldito yo por confiar en lo ajeno,
y por morir en el intento de no hacer nada por evitarlo.
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1 comentario:
you know you can touch the souls with the words you hate?
keep on writing,J
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