jueves, 23 de octubre de 2008

Lección 27


¿Crees que aún puedes enseñarle algo a alguien?

Miguel no hacía más que cuestionarse una y otra vez aquella insidiosa pregunta. Desde hacía dos semanas pasaba sus días entre el hastío y la práctica desesperación de la persona que aún se siente útil y no puede hacer nada por demostrarlo. Sus días como maestro de escuela habían terminado forzosamente debido a aquella puñetera enfermedad y, ahora, la amalgama de dudas y recuerdos que rondaban su cabeza no conseguía otra cosa que machacar el endeble espíritu que le había quedado tras perder a su esposa pocos años atrás.

Y por fin, tras cuarenta minutos de espera en aquella sala amplia y frigoríficamente acondicionada, el chico de la ventanilla musitó: el 35.

Santi era un treintañero con una oposición aprobada. Y poco más. Se sentía vacío y mustio en aquella oficina en la que se deslizaban los días, con jornada laboral de 40 horas semanales (según convenio). Sus ansias por convertirse en un abogado defensor de la Justicia habían dado paso a aquella rutina mortal, en la que jamás pasaba nada. Fechar, firmar, sellar y archivar; ¿alguna cosa más, caballero? En ese caso, buenos días. Harto y perenne, ofuscadamente repetitivo y asqueado, Santi no deseaba otra cosa más que salir de allí.

Buenos días (sacando un puñado de papeles de una carpeta). Quería entregar estos impresos...

Esto está sin rellenar, señor.

Sí, ya lo sé. Quería pedirle si...

¿No ha leído el cartel a la entrada, caballero?

Eh... No.

Todos los impresos deben presentarse en ventanilla ya cumplimentados para aligerar el trabajo. Aquí no podemos dedicarnos a rellenar sus formularios.

Disculpe... no he podido cumplimentar mis formularios. Tampoco leer el cartel de la entrada. Soy ciego, señor. Ceguera crónica.

Aquella enfermedad le estaba asesinando el alma, pero una sonrisa limpia y sincera surcó su cara y se instaló allí para no abandonarla jamás.

No hicieron falta disculpas, miradas esquivas. Tampoco agradecimientos tras cumplimentar juntos aquellos impresos de solicitud de prestaciones para personas con discapacidad. El maestro había impartido de nuevo una lección; el alumno la había aprendido.

A la salida, Miguel esperaba a Santi en la cafetería de la acera de enfrente. Habían quedado para comer; daba igual menú o a la carta. De verdad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En realidad, ninguno de nosotros deja nunca de aprender...y tristemente equivocado está quién acaba creyendo lo contrario(que, por desgracia, hoy en día es la mayor parte de la gente).

Ya se sabe: no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Aunque, como en este caso, siempre queda la esperanza de que, llegado el momento, sepamos reconocer el error, armarnos de humildad, y darnos una vez más la oportunidad de ampliar nuestros horizontes...

Saludos desde el Bastión (si, un par de puertas más allá).