Contempla sus manos como quien admira un bello lienzo: surca su palma con la mirada, siguiendo las líneas que relatan su vida. Parece como si no las hubiera visto nunca. Un fulgor llameante sale de sus ojos vidriosos para, de repente, apartar la vista y no volver a fijarla más en lo que resta de día, convirtiéndose en un objeto inanimado; ni vivo, ni muerto.
A menudo le castañean los dientes. Sólo le quedan unos cuantos, pero la música que interpretan es flamenco en estado puro. Mi abuelo es andaluz, ¿sabe? De El Puerto. Dicen los que le recuerdan que con él las olas rugían y los peces saltaban para verlo pasar, cuando cruzaba la bahía a bordo de El Vaporcito. Que él le daba sentido a la mar.
Quizás piense en ella cuando pierde la mirada. Quizás recite Marinero en tierra en silencio, para sí.
A menudo le castañean los dientes. Sólo le quedan unos cuantos, pero la música que interpretan es flamenco en estado puro. Mi abuelo es andaluz, ¿sabe? De El Puerto. Dicen los que le recuerdan que con él las olas rugían y los peces saltaban para verlo pasar, cuando cruzaba la bahía a bordo de El Vaporcito. Que él le daba sentido a la mar.
Quizás piense en ella cuando pierde la mirada. Quizás recite Marinero en tierra en silencio, para sí.
Quizás. Pero yo nunca lo sabré.
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